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martes, 16 de julio de 2013

Espiar y reprimir








La cacería emprendida por Estados Unidos para detener a Edward Snowden representa un aviso serio y peligroso para la seguridad de todas las naciones y los individuos.

Y no es tanto la pretensión del gobierno estadounidense en controlar la conducta de los ciudadanos del mundo sino, la visión fundamentalista del capitalismo global que subyace y permea la conducta gubernamental de ese país; es decir, es el capitalismo imperial, el de las empresas trasnacionales, el que a nombre de la seguridad nacional busca tener la capacidad de gobernar y dirigir la conducta total de los individuos.

Poder disciplinario

Desde el punto de vista histórico hay momentos y circunstancias en donde el poder resulta ser inseparable de las personas e instituciones que lo crearon y lo manejan cotidianamente. Y este es el caso. De manera que el capitalismo estadounidense hoy por hoy posee cada vez más poder para controlar el movimiento, las voluntades y la acción social de las personas. Esto representa, siguiendo a Michel Foucault, una de las formas más acabadas del poder.

Según ese filósofo, el poder puede representarse como una forma de tecnología, que atraviesa al conjunto de relaciones sociales, una maquinaria que produce efectos de dominación a partir de un cierto tipo peculiar de estrategias y tácticas específicas.

De esta manera el poder asume técnicas de funcionamiento que lo movilizan y permiten transversalmente cruzar los cuerpos de los hombres, poseerlos, darle la personalidad visible, y desplazarse al mismo tiempo fuera de ellos, desarrollando dialécticamente dominados y dominantes. De tal forma que nadie escapa a la dinámica y cada vez más sofisticada de las tecnologías del poder.

El capitalismo promueve el espionaje no sólo para impulsar el control de la sociedad en el marco de las nuevas relaciones de producción y consumo, sino para sostener esas relaciones y reproducirse; y por lo tanto se constituye en un vasto poder disciplinario, que vigila, espía y castiga.

Esto ayuda a entender cómo los más graves actos de lesa humanidad, como son los golpes de Estado, el genocidio, la tortura y la desaparición forzada –medidas utilizadas en todas las sociedades– constituyen un poder disciplinario que somete, excluye, discrimina, normativiza y domina a los seres humanos; lo que explica también el conjunto de las instituciones jurídico sociales de los llamados Estados modernos, que han potenciado el espionaje para sostenerse y legitimarse cuando hablan a nombre de la seguridad nacional.

Tecnologías del poder

Por eso el sistema político-capitalista busca recrear las instituciones donde se moldearán las conductas de los niños, los educandos, los jóvenes, los presos, los enfermos, los obreros, con el fin de prever su actuación y establecer las conductas “políticamente correctas”.

Y es que es ahí donde el poder del capital se vuelve capilar y manejable, en sus formas e instituciones más regionales, locales y específicas. Es ahí con sus artefactos –que pensamos son inocentes– donde se materializa el poder; como lo son los celulares, las tabletas y las computadoras con Internet.

Por eso lo que algunos llaman nuevas tecnologías de la comunicación y la información, que más que promover el desarrollo y progreso, sirven primero para fortalecer el poder estatal y del sistema capitalista.

Así, las nuevas tecnologías sirven para ubicar, controlar y espiar a las personas, a los líderes sociales, a periodistas que generan opinión (ya que pueden generar justificada irritación social); a defensores de derechos humanos, dirigentes y opositores políticos de toda expresión y tendencia política. Particularmente aquellas que son inconformes del modelo capitalista y la forma criminal en que opera, como son los casos de Snowden y de Julian Assange, que ahora son perseguidos como si fueran criminales.

Y como afirma Paul Virilio, el capitalismo no es detestable ni se expresa de forma repulsiva, ni con aparatos represivos (los que utiliza como última ratio de estado) sino con formas más humanas y deseables.

De ahí que los celulares y las computadoras se hacen cada vez más atractivos y deseables, estética y lúdicamente hablando.

Pero no sabemos si nuestras conversaciones son espiadas. No sabemos si nuestros documentos son copiados. No sabemos si somos ubicados en un lugar y en un “tiempo real”, pues los movimientos y las acciones sociales son fundamentales para la relaciones de consumo y reproducción social.

Resistencias desde la izquierda

No es extraño entonces que en grandes movilizaciones y crisis políticas que pueden alterar el cambio de un régimen o un modelo del sistema aparecen de pronto novedades tecnológicas y de propaganda de guerra sucia que inciden en el cambio de conducta. Es el caso de los personajes que son señalados como un peligro para México y las tarjetas Monex y Soriana.

Pero siempre existe una correlación de fuerzas en la sociedad que se traduce en un ejercicio que produce permanentemente desequilibrios.

Siempre en todo sometido, en todo dominado, cualquier ejercicio de poder genera, automáticamente, una resistencia.

Y al igual que el poder, también la resistencia es un sentimiento, una fuerza moral, un sentido de libertad, que no está en un ámbito específico, sino que se encuentra ramificado y atomizado, disperso y que se extiende por igual en toda dirección.

Por ello hay que resistir a estas formas de dominación y construir formas horizontales y democráticas del poder. No habrá otra forma de promover la defensa de los derechos humanos que desde abajo y desde la izquierda.




Por Jaime Hernández Ortiz
Tomado de La Jornada Jalisco
Julio 16 de 2013

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