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lunes, 30 de septiembre de 2013

"Manuel" llegó de madrugada



Estragos de "Manuel" en Jalisco. Foto 1070 Noticias.com


En la víspera de las fiestas patrias el Llano Grande se inundó con las lluvias de la tormenta Manuel, que hizo crecer naturalmente los cauces, sobre todo el río Tapalpa, y llenó casi hasta rebosar la presa del Nogal. Pero fue en la madrugada del lunes 16 cuando a algún funcionario de la Conagua se le ocurrió ordenar que se abrieran las compuertas para aliviar la presión del embalse. Así, sin aviso a los ayuntamientos ni a Protección Civil, el organismo federal generó un torrente que arrastró piedras, lodo, animales y árboles. La gente se salvó nada más porque la crecida, más piadosa que los funcionarios, despertó a la gente con el estruendo.

TUXCACUESCO-TONAYA-SAN GABRIEL.- Como tsunami bajó de la sierra la crecida del río Tapalpa la madrugada del 16 de septiembre, cuando todo mundo aún dormía.

La presa El Nogal estaba a punto de desbordarse desde el 14 debido a la insuficiencia del vertedor. Muy a destiempo y a deshoras del día patrio la Comisión Nacional del Agua (Conagua) abrió las compuertas sin alertar a las poblaciones ubicadas aguas abajo.

A nadie avisó la Conagua: ni a Protección Civil ni a los ayuntamientos, menos a los habitantes de ambos márgenes del río, que fueron los más perjudicados.

A todos los sorprendió. De puro milagro no hubo muertos; sí muchos damnificados, que perdieron todo, coinciden autoridades municipales de San Gabriel, Tonaya y Tuxcacuesco, las cabeceras asentadas en el Llano Grande (El Llano en llamas” de Juan Rulfo) y que ya fueron declaradas zonas de emergencia.

Y es que cuando ya estaba por llenarse la presa, oficialmente llamada El Saldo del Nogal, que está al pie de Tapalpa y a 2 mil metros sobre el nivel del mar, la Conagua no movió un dedo para regularla mediante desfogues programados desde el inicio de la tormenta Manuel, dicen los afectados.

Desde la tarde del sábado 14 la presa rebasaba su cupo máximo, “pues a mí desde ese día ya me había inundado dos hectáreas de avena –cuenta el agricultor Eloy Medina desde su camioneta, estacionada a un lado de la carretera–. Es que no abrían las válvulas. Fue como a la una de la madrugada del lunes que las abrieron”.

Pero nadie más se daba cuenta del riesgo. En otras circunstancias, mientras más agua tuviera el embalse, mejor para quienes viven o tienen sus casas de campo ahí, o para los amantes de los deportes acuáticos que van a practicar los fines de semana, y el de las fiestas patrias era uno de esos, pero con “puente”.

Pobladores de Tapalpa y damnificados sospechan que fue hasta que las aguas empezaron a inundar sus terrenos el día 15 cuando alguien importante se quejó y los encargados abrieron las válvulas de desfogue.

Para Eloy Medina el desahogo de la presa debió hacerse al menos desde el sábado 14 temprano para evitar peligros: “Las abren hasta que la presa está a más de 100%. Lo hacen después de la media noche para amanecer el lunes 16 y, lo peor, sin prevenir a nadie”.

Policías y empleados de Protección Civil del ayuntamiento de Tapalpa, cuyos nombres se omiten para evitar represalias, confirmaron a este semanario que personal de Conagua abrió las compuertas en las primeras horas del lunes 16, cuando el agua ya estaba por derramarse por la cortina.



“La noche que los dejaron solos”


“Esto pasó en septiembre”, escribió Juan Rulfo en su relato “El día del derrumbe”, incluido en El Llano en llamas.

Pero en Jiquilpan y demás comunidades y pueblos asentados a lo largo del río fue el 16 de septiembre de 2013, en plena celebración y hasta en las borracheras de las fiestas patrias.

Muy de madrugada, al pie de la sierra, cuando las nubes dormían sobre San Gabriel y “no enrollaban su sábana”, seguían soltando su lluvia menuda pero persistente en toda la región, pero sobre todo Jiquilpan, a sólo dos kilómetros de San Gabriel.

A los cerca de 4 mil jiquilpenses el estruendo del agua los despertó pasaditas las tres. “De repente nos empezó a llegar el agua acá, por atrás de la casa, por donde están el campo de futbol y los juegos infantiles, y en dos por tres estaba todo inundado”, cuentan, arrebatándose la voz, varias mujeres que viven en lo que le llaman Las Playas, cerca del cauce.

Otras veces les había llegado las crecidas a sus casas “pero poco a poquito, cuando el río iba creciendo. Era mucho menos agua que ahora, casi no alcanzaba a mojar las camas. Nunca nos había llegado tantísima agua como ahora. Con estas lluvias, que fueron menos fuertes que otras, se nos vino de golpe y subió mucho más que cuando El Niño” (a mediados de los noventa).

Doña María Asunción Reynaga, con más de 70 años, apoyándose en su bastón dice que vive en Las Playas hace como 30 “y nunca había pasado a mayores esto. Empezó a entrar el agua fuerte allá, por atrás de la casa, donde abrió un portillo, y luego por enfrente. Pronto ya casi me tapaba el agua. Como pudimos nos subimos al techo.

“Al rato llegaron los de Protección Civil. Les gritábamos que nos ahogábamos, que vinieran por nosotras: mi hija Mayra (Preciado), mi nieta de dos años que lloraba mucho, y por mí. No quisieron meterse porque había muchísima agua. Y no se metieron. Les daba miedo. Nos dejaron solas. Hasta que los vecinos vinieron y con una escalera nos ayudaron a bajar y salir. Dígales por favor a los del gobierno que se acuerden de uno, que nos manden aunque sea un bulto de cemento.”

Piedad Mundo de Morales cuenta que en esta parte del pueblo el río se mete cada vez que crece mucho, “pero así tan grande como creció esta vez, no había pasado. Yo lo perdí todo, como todos mis vecinos: colchones, colchas, cobijas, refrigerador, televisión… Todo porque las autoridades no han hecho un bordo grande o un muro. Nomás le arriman piedras y piedras, por donde entra toda el agua en la vuelta que hace el río”.

–¿Han pedido que se haga un muro de contención?

–Muchas veces, pero no nos hacen caso. Lo bueno aquí es que la corriente no es muy fuerte porque está más o menos parejo y el agua casi se estanca –dice Verónica Díaz a la entrada de su casa, con la escasa ropa y cobijas a la intemperie para secarlas cuando salga el sol.

“Sólo tenemos seco lo que traemos puesto y así estamos todos aquí. Vea usted: el agua subió más de un metro”, tercia Piedad Mundo.

En todas las viviendas dejó marca el agua lodosa, a un metro con 20 centímetros, aproximadamente.

–¿Han venido las autoridades a ver cómo están y qué necesitan? No se ve movimiento.

–Vinieron esa madrugada los de protección, pero no se metieron al agua. Y vienen seguido que los del gobierno, que los del estado, que del municipio, que del DIF… Unos traen despensas y otros vienen nomás a ver, o a preguntar, hacer encuestas, levantar censos, pero nada más –refiere María Asunción Reynaga.

“Dicen que le abrieron a la presa allá arriba porque dizque se iba a reventar y por eso el agua llegó hasta allá”. Es Rosendo Chávez, que señala la calle por donde se va al centro del pueblo.

Mayra Preciado platica, al tiempo que en una desvencijada cubeta de plástico acomoda una imagen de arcilla de no más de 15 centímetros, con las piernas y los brazos amputados desde el tronco:

“Por puro milagro estamos vivos. Ni en este pueblo ni en los que están más abajo hubo muertos, todo porque este niñito Dios nos salvó. Aquí nos lo encontramos, entre las piedras, las ramas y la basura junto a este costal al pie del árbol… Sabe desde dónde vendría a quedarse aquí” (indica un erguido eucalipto al borde del río que no parece afectado por la corriente).

Los demás vecinos corean que en las dos orillas el agua se llevó una ordeña completa: “vacas, becerros, todo, con todo y lienza. La gente perdió muchos animales: caballos, burros, puercos”…

Conocen demasiado bien la causa: “Es que le abrieron a la presa después de la media noche a todo lo que daba, porque estaba por desbordarse sobre la cortina o tronar”.



“Es mejor que esté oscuro”

Y el estruendo del agua, con todos sus arrastres aquella noche renegrida y con lluvia, se fue “rebotando por los paredones de las barranca”.

Se fue enterrando el zumbido ensordecedor de las aguas entre las barrancas. Pasó por San Gabriel. En la exhacienda de La Guadalupe la crecida llegó poco antes de las tres y media. Despertó al vecindario el ruido de aquel caudal enorme, entre chocolatoso y café con leche, con una nata espesa de hojarasca, milpas, ramas, árboles, palos, animales domésticos y, en sus entrañas, piedras chicas y grandes que rodaban como balones y caían como bombas al charco de la cascada de unos 20 metros.

Al filo de la cascada, que es lo más estrecho donde el río cinceló la roca para abrirse paso, está el puente de ladrillo de tres arcos de medio punto, construido hace más de dos siglos, de 15 metros de alto y no más de 40 o 50 metros de largo. A unos pasos vive Filomeno Estrada Corona. Asegura que el agua estuvo a punto de rebasar la decimonónica construcción:

“Todos aquí en la casa despertamos asustados, con mucho miedo. Nomás se oía el retumbido de las piedras que chocaban entre ellas y contra las rocas de la barranca y caían por la cascada. La casa se estremecía a cada golpe. Yo creía que el agua iba a pasar por arriba del puente, pero no. Poco faltó: metro y medio, dos metros. Los estruendos de la corriente duraron como media hora; el río seguía crecido, pero menos. Yo creía que el agua iba a pasar por arriba, que tumbaría el puente de tanta piedra que arrastraba. A cada golpe la casa se estremecía”.

Esto pasó porque le abrieron a la presa “sin avisarnos”, cuenta la tarde del día 22 en la puerta de su hogar, rodeado de familiares, a unos pasos del acceso al puente.

La crecida siguió su embravecido curso. Pasó por Totolimispa, frente a La Croix y Apulco, donde la hacienda de La Media Luna sentó sus reales. Nada ocurrió allá, pero sí en otras cuatro comunidades más adelante, situadas a ambos lados del Tapalpa, hasta su desembocadura en el río Tuxcacuesco.

Ya en Tuxca, como abrevian el nombre, y en el municipio de Tonaya, como en Los Noixtles, La Piña, Los González y La Liebre, se acentuaron los perjuicios por la tardía apertura de las válvulas de desfogue de El Nogal, cuya capacidad ronda los 40 millones de metros cúbicos.

Entre La Piña y Los Noixtles el río se llevó medio vado e inundó varias casas. En La Liebre las aguas cubrieron y dañaron la plaza de toros y algunas viviendas.

Óscar Benavides, secretario del ayuntamiento de Tuxcacuesco, recuerda: “Llegué de Tuxca con mi familia como a las 12 y media de la noche, después del grito. Observé que el río estaba crecido y temí que se desbordara. Subí el carro que traía a una parte alta y luego la camioneta de mi papá. Como a las tres de la madrugada me volví asomar al río y vi que había bajado su nivel. Me acosté. Como a las seis y cuarto me despertó mi mamá, alarmada porque el agua se estaba metiendo al patio, y muy rápido. Se fue la luz”.

El funcionario llamó a todos los que pudo para que abandonaran sus casas. Se corrió la voz rapidísimo y todos los que viven junto al río salieron a tiempo, aunque nadie se libró de mojarse de media cintura para arriba. Él y su familia trataron de salir por una casa vecina que está en un nivel más elevado, pero no pudieron porque la corriente se los impedía por todos lados. Ismael, su padre, abrió rápido un boquete en una barda de adobe que da a una casa en ruinas, pero ya estaba inundada como medio metro. Por fin, llevando en sus espaldas “a mi mamá Pina (su abuelita), subimos por el lienzo de piedra con la tía Ludi”. En su casa el agua alcanzó casi dos metros. Todo se echó a perder, como en las otras.

También él lo sabe: tal crecida no habría ocurrido si no abren las compuertas de la presa. Lo peor es que a nadie le avisaron. “Al menos al ayuntamiento no llegó ninguna alerta de la Conagua, ni a Protección Civil”.

Las personas mayores del poblado, algunas con más de 90 años, no habían visto una crecida como ésta.

Roberto Cobián Michel ya estaba despierto cuando escuchó el estruendo. En el último meandro del río antes de Los González el agua venía arrasando con animales, piedras, plantas y árboles, luego chocó contra la barranca y le rebanó un gajo de terrón, como se le dice por aquí a un material que está entre el tepetate y una piedra de arena blanda. En el río “vi una ola grande que se venía encima. Chocó contra el puente y que se regresa. Todo lo tapó”.

Roberto nunca había visto una cosa de estas. “Le abrieron las compuertas a la presa allá en Tapalpa”, reflexionó. Aunque a ratos pensó, como mucha gente –entre ellos el comisariado municipal, Francisco Cobián–, que si no había pasado la desgracia de que se hubiera reventado la cortina, al menos abrieron las compuertas “sin avisarnos”.

La peor parte de la tormenta Manuel en Jalisco posiblemente la padeció la gente de Los González, un poblado dividido entre Tuxca y Tonaya. La crecida destruyó al menos tres viviendas, tumbó bardas y quebró la estructura de una docena de las cerca de 30 que inundó. Es la cuenta hasta la semana pasada.

Además al agua penetró las paredes de adobe de la vieja iglesia, levantada en el siglo XIX, que ya sufre un considerable asentamiento y sus puertas no se pueden abrir. Puede caerse.

El río también dejó inservible un jardín de niños, y en malas condiciones la primaria y el centro comunitario. La calle principal que sigue la margen izquierda del cauce con un muro de contención (hecho de piedra y que pasa del metro y medio, pero fue rebasado fácilmente), quedó convertida en una masa de lodo, piedras y arena de hasta dos metros de espesor.

Aunque muchas personas fueron evacuadas o salieron solas por la parte alta de sus casas o de los vecinos, no se sabe de muertos ni heridos. Una suerte, porque el agua subió más de dos metros y medio.

Antonio Michel, de más de 70 años, estuvo a punto de ahogarse cuando la crecida lo sorprendió en una pequeña bodega. Pidió auxilio a gritos, montado en una pequeña escalera, y fue rescatado por su sobrino Roberto a través de un portillo en lo más alto de la pared.

El agricultor y ganadero Urbano Benavides exclama con humor tétrico que Manuel se pasó de generoso al arrojarles de sopetón y sin aviso toda el agua que no les ha dado la Conagua desde hace años: “En las secas no nos quieren soltar ni tantita agua para que beban los animales. Si después de los humanos están ellos, antes que los sembradíos que están en el Llano Grande”.

Subraya que al lado de la comunidad de La Croix, en pleno llano, está una pequeña represa derivadora que no deja pasar ni gota de agua durante el largo estiaje, cuando más se necesita. “Y no la queremos para regar, la necesitamos aunque sea para los animales”, insiste.

Por fortuna aquí hubo una respuesta rápida de las autoridades estatales, municipales, y ayuda solidaria de pueblos vecinos, reconoce Benavides, quien encabeza el reparto de la ayuda.

Narra que de Tonaya y Apulco llegaron muy pronto dos máquinas de particulares para mover los escombros y más tarde los camiones y la maquinaria del estado.

No obstante, hasta el cierre de edición el gobierno estatal no había cuantificado los daños totales de las lluvias, pero ya varios presidentes de municipios que ni siquiera sintieron el paso de Manuel se anotaron para recibir recursos del Fondo Estatal de Desastres Naturales.

Mientras tanto, la gente de por acá y de otros lugares azotados por el meteoro sigue esperando ayuda para reconstruir lo necesario. 

Por Fernando Cobián R.
Tomado de Proceso capítulo Jalisco
Septiembre 28 de 2013

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