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miércoles, 19 de junio de 2013

Las posibilidades del candi-gato Morris





Hace aproximadamente dos o tres semanas, alguno de mis amigos del facebook (JFEL) se sumó a la lista grande de seguidores de Morris, el candi-gato, que ven con agrado sus jocosas e irreverentes invitaciones a votar por él en lugar de hacerlo por los candidatos “ratas” de siempre, porque al fin y al cabo él promete hacer lo mismo: “retozar” y “holgazanear”. De ese tiempo para acá, ya no hay prácticamente nadie en mi red de conexiones que no haya dado su aprobación festiva al curioso candi-gato.

Debo confesar que, por disciplina de trabajo, procuro no dedicarle más tiempo del que a mi juicio es necesario para participar activamente en las redes sociales, pero esta vez mis inclinaciones sociológicas me impulsaron a ver qué había alrededor y detrás de esta fascinante figura. Sucede que Morris y la campaña que le rodea son obra de un par de veracruzanos comunes y corrientes que, hartos de las banalidades de las campañas y los candidatos de todos los colores y sabores, decidieron emprender una proyecto encaminado a obtener el 20% de votos para la alcaldía de Jalapa y, de esa forma, forzar la anulación de las elecciones.

Como coloquialmente se dice, más claro, ni el agua. Se trata de una movilización cívica primariamente enderezada en contra de tres de las instituciones básicas de la democracia electoral; a saber, los partidos políticos, las campañas y el sufragio, pero que también impacta de manera relevante en las autoridades encargadas de organizar, perseguir el delito y juzgar los procesos y los resultados electorales. Para bien o para mal, la suerte de la democracia electoral hermana a los actores de la competencia con las autoridades electorales, al menos por el hecho de que éstas tienen obligaciones constitucionales y legales de proveer las condiciones para que se construya ciudadanía, exista el juego limpio y se practiquen estrategias de una comunicación política propositivas y respetuosas, y se ejerza in extenso el voto libre y razonado.

Si a estas alturas del proceso electoral, la campaña del candi-gato Morris ha adquirido en Jalapa y más allá tamaña notoriedad, lo menos que puede hacerse es reconocer la iniciativa y el ingenio de un par de jóvenes que, sin contar con los generosos beneficios del financiamiento público y el acceso gratuito a los tiempos oficiales, ya lograron impactar en la conciencia del electorado de Jalapa y, más allá de sus pretensiones iniciales, su iniciativa se perfila un alcance nacional que detonará en las elecciones intermedias.

No voy a abundar en lo que es una obviedad: el uso intensivo y extensivo de las tecnologías de la información han reconfigurado el espacio público-político, al desmonopolizar las capacidades de difundir masivamente información y trasladar a los usuarios de las redes sociales un enorme potencial de construir de manera autónoma y descentralizada opinión pública que ofrece versiones alternativas a las maquinadas por los contubernios entre las fuerzas políticas organizadas y las cadenas mediáticas, particularmente de la tv. Más relevante resulta hacer un énfasis en la lección del gran potencial de movilización de opinión pública que, a muy bajo costo, está al alcance quienes sin mayores pretensiones ni recursos financieros demuestran tener no sólo los arrestos, sino también la inteligencia y la creatividad para desatar oleadas de conciencia cívica, que ya cimbraron el establishment jarocho.

Tan relevante como ello resulta, ahora que está abierta a la discusión la nueva reforma electoral, es proceder a una evaluación de la pertinencia de las instituciones político-electorales vigentes para recuperar positivamente las energías creativas inherentes a estas formas de expresión. Por desgracia para los promotores de la campaña del candi-gato no existe modo de evitar el ninguneo a que serán sometidos ni el linchamiento o la descalificación, porque desgraciadamente los votos de Morris, sin importar su número o proporción, irán al cajón de los votos nulos, en donde se mezclarán con los votos de los electores que no supieron llenar la boleta electoral o de los electores que optaron por votar en “blanco”. Tan luego eso suceda, tal como sentencia la ley, se aplicara la regla mayoritaria de que, exceptuando las hipótesis de nulidad por irregularidades en el 20% de las casillas y otras parecidas, “gana quien tenga más votos”.

Lo anterior significa simple y llanamente que los mecanismos vigentes de cómputo impedirán saber con exactitud el número de votos obtenido por el simpático candi-gato y, claro está, determinar si eventualmente derrotó a alguno o algunos de los candidatos de los partidos políticos o, al extremo, a todos. Significa también que las reglas de cómputo vigentes, como otras muchas del establecimiento político-electoral, tienden un muy conveniente velo de opacidad sobre los datos de las preferencias políticas que no quieren registrar. La cobertura e impunidad que ello ofrece a los partidos políticos para regodearse en sus prácticas de reciclamiento de la ralea es cuestión que a las dirigencias de los organismos electorales, regocijadas como están en su simulación de que son autoridades y de que son imparciales, distan mucho de ignorar. Así, entre partidos y autoridades electorales cierran la pinza que coacciona a los electores a la triste alternativa de elegir entre "guatemala y guatepior".

No obstante, la improcedencia de la estrategia de forzar la anulación de los comicios en Jalapa, justo es reconocer que Morris barrunta en los horizontes de las elecciones intermedias de nuestro país como una amenaza severa a la escasa credibilidad de las instituciones de la democracia electoral. La disyuntiva inevitable para la clase política transpartidista es, o abrir cauces para recibir, medir y procesar la crítica de los electores, introduciendo figuras de declarar como nulas o desiertas las elecciones que no rebasen algún nivel mínimo de participación con sanciones relativas al financiamiento público; o preservar el velo protector sobre la pobreza de las ofertas de representación y de la capacidad de convocatoria de los partidos políticos.

En tales circunstancias, y con el debido respeto, me permito sugerirle al candi-gato Morris que retome entre sus propuestas las de obligar a un sistema de registro y cómputo que diferencie los tipos de votos nulos, dada la introducción de una hipótesis de nulidad que obligue a los partidos políticos a cumplir con un umbral agregado razonable de participación, para dar por válido un resultado electoral. He aquí una propuesta de alta incertidumbre que, sin lugar a dudas, sentaría incentivos para que los partidos políticos cumplan con el papel constitucional que les es reconocido: ser entidades de interés público. Empero, haciendo eco del sabio y viejo adagio popular de que “perro no come perro”, valga la insistencia de que sea el ilustre candi-gato Morris el portador de esta iniciativa ciudadana.

Por Francisco Bedolla Cancino
losangelespress.org
@franbedolla

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