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lunes, 28 de octubre de 2013

Memoria, razón y emoción: la complementariedad de los modelos didácticos



La enseñanza, a lo largo de los últimos años, ha pasado de estar centrada en la figura del docente a enfocarse en la autogestión y las emociones de los estudiantes, para hacer más participativo el proceso de aprendizaje.





Al menos existen tres modelos didácticos que pueden usar los docentes de la universidad para lograr el desarrollo de la memoria, el aprendizaje de los alumnos, y el uso de las emociones como parte de los procesos académicos y vivenciales orientados a mejorar el nivel y motivación del aprendizaje escolar.

El primero está orientado al fortalecimiento de la memoria a través de la dotación de información por parte de los profesores a los alumnos. El segundo, al desarrollo de la razón, generando el aprendizaje de los estudiantes por medios autogestivos y participativos, en la que el profesor juega sólo un papel de facilitador. El tercero a lograr un mejor aprendizaje por medio del manejo adecuado de las emociones, haciendo interesante, significativo y vivencial el proceso de aprendizaje.

1. Enseñar a memorizar

La memoria juega un papel importante para el aprendizaje del ser humano. Sin embargo, no es la única forma como se puede lograr o motivar el aprendizaje. Por muchos años, fortalecer y desarrollar la memoria fue el método didáctico más utilizado por los profesores en el sistema educativo mexicano, quienes entendían la práctica docente como el ejercicio de exponer clases, dictar fórmulas o enlistar autores y teorías. Era una práctica monolítica, en la que el profesor era el protagonista principal del proceso de enseñanza aprendizaje. Los alumnos jugaban un papel pasivo y eran prácticamente receptores de los conocimientos que impartían los docentes.

En este modelo conductista, el poder estaba concentrado en el profesor, quien tenía la autoridad para premiar o castigar a sus alumnos, de acuerdo a su comportamiento, pero sobre todo, dependiendo del grado de sumisión a la autoridad del docente. La memorización de conceptos, fechas, fórmulas y autores era el sustento principal de este modelo, orientado a que los alumnos, simple y llanamente, siguieran la senda dictada por los profesores y autoridades escolares.

2. Aprender a razonar
Con el pasar del tiempo, este modelo educativo entró en crisis y surgió uno alternativo, en el que, en teoría, el profesor se convirtió en orientador o facilitador del aprendizaje, los alumnos en gestores de su aprovechamiento escolar y la institución en garante de los procesos académicos. Se le bautizó como constructivismo. Ahora lo que se privilegiaba era la formación de alumnos analíticos, autogestores y con competencias o autonomía para generar su propio aprendizaje.
Asimismo se recomendaba al docente entregar a los alumnos “herramientas que le permitan crear sus propios procedimientos para resolver una situación problemática, lo cual implica que sus ideas se modifiquen y siga aprendiendo, proponiendo un paradigma, en donde el proceso de enseñanza se perciba y se lleve a cabo como un proceso dinámico, participativo e interactivo del sujeto, de modo que el conocimiento sea una auténtica construcción operada por la persona que aprende. Es decir, a partir de los conocimientos previos de los educandos, el docente guía para que los estudiantes logren construir conocimientos nuevos y significativos, siendo ellos los actores principales de su propio aprendizaje”.
De esta forma, el constructivismo se convirtió en un paradigma aceptado y adoptado por la mayoría de las instituciones educativas, centrando los esfuerzos en el aprendizaje más que en la enseñanza, haciendo un tanto prescindible a los docentes (Bunge, 2007). Bajo este modelo, el profesor se convertía en facilitador y evaluador del aprendizaje, siendo un modelo más participativo y redistributivo del poder en el espacio áulico.

3. “Educar” las emociones

Los dos modelos didácticos antes señalados, nunca consideraron al alumno como un ser humano que siente y cuya dimensión emocional era importante no sólo para el éxito en su vida académica y profesional, sino también para la convivencia social y las relaciones interpersonales. La preocupación de este modelo no era necesariamente el desarrollo autogestivo centrado en el aprendizaje, propio del modelo constructivista, sino el desarrollo humano en su dimensión emocional.

De ahí que haya surgido un tercer modelo, ligado al avance de las neurociencias, centrado en la “educación” de las emociones. Es decir, si el primero estaba orientado a “educar” o desarrollar la memoria, el segundo la razón, este último estaba orientado al conocimiento de las emociones humanas, y su uso para alcanzar los objetivos de aprendizaje buscados.

El fundamento científico de este modelo se sustentaba en los hallazgos e investigaciones de Thorndike (1920), Gadner (1983), Salovery y Mayer (1990), Damásio (1994) y Goleman (1995), quienes señalaron que las emociones jugaban un papel importante no sólo en el aprendizaje, sino, sobre todo en las relaciones interpersonales y el éxito y felicidad de los individuos.

A manera de conclusión

A partir de nuevas investigaciones y hallazgos científicos que han dado cuenta sobre el comportamiento humano y su relación con sus estructuras cerebrales, cognitivas y comportamentales, así como de la diversidad de inteligencias que posee y puede desarrollar el ser humano, es necesario replantear el modelo didáctico que los profesores del siglo XXI deben practicar para lograr y motivar un mejor aprendizaje entre los alumnos, tomando en cuenta el contexto social, los nuevos desarrollos tecnológicos y las características distintivas e intereses de los alumnos.

Este nuevo modelo tridimensional, que aquí denominaremos MER (Memoria-Emoción y Razón), está orientado a cultivar, educar y desarrollar la memoria, la emoción y la razón, con el fin de potencializar el trabajo del docente y lograr mejores resultados en el aprendizaje de los alumnos.




Por Andrés Valdés Zepeda
La Gaceta/UdeG

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