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sábado, 28 de enero de 2012

El sabio multimillonario que odiaba a las mujeres



En Wikipedia leo que Henry Cavendish, físico y químico británico (10 de octubre de 1731 – 24 de febrero de 1810), nació en Niza, Francia, de padres pertenecientes a la acaudalada nobleza inglesa: Lord Charles Cavendish, duque de Devonshire, y Lady Ann Gray.

Cavendish es conocido por sus investigaciones en la química del agua y del aire, y por el cálculo de la densidad de la Tierra.

“Sus primeros trabajos”, dice Wikipedia, “trataban sobre el calor específico de las sustancias. En 1766 descubrió las propiedades del hidrógeno. Su trabajo más célebre fue el descubrimiento de la composición del agua. Afirmaba que ‘el agua está compuesta por aire deflogistizado (oxígeno) unido al flogisto (hidrógeno)’… Mediante lo que se conoce como ‘experimento Cavendish’, que describió en su trabajo Experiences to determine the density of the Earth (1789), determinó que la densidad de la Tierra era 5,45 veces mayor que la densidad del agua, un cálculo muy cercano a la relación establecida por las técnicas modernas (5,5268 veces)”.

Además, Cavendish demostró experimentalmente que la ley de la gravedad de Newton se cumplía igualmente para cualquier par de cuerpos.

Fue, por cierto, uno de los fundadores de la moderna ciencia de la electricidad, aunque gran parte de sus trabajos permanecieron ignorados durante un siglo.

Pero en el ámbito personal era muy raro: perteneció a la Sociedad Lunar de Birmingham, un grupo de amigos científicos que dieron este nombre a su club porque se reunían las noches de Luna Llena.

En un texto publicado en la prensa española leí que de Henry Cavendish se ha dicho que fue el más sabio entre los ricos y el más rico entre los sabios.

Fue tal vez el hombre más rico de Inglaterra, ya que su fortuna provenía de herencias acumuladas desde la época de los normandos.

“Pero no tenía mucha idea del valor del dinero ni le interesaba averiguarlo. Un director de banco consiguió entrevistarse con él tras varios años intentándolo y cuando le planteó lo que deseaba, que no era otra cosa que invertir su capital provechosamente, lo despidió de malas maneras amenazándole de que si lo importunaba otra vez con esas estupideces retiraba todo el dinero de su banco”.

Era austero en extremo.

“Pero todas estas excentricidades”, dice el citado blog español, “no tenían parangón alguno con la más destacada de todas ellas: su misoginia. No es que odiara a las mujeres, sino que no las podía ver, de manera que en su descomunal mansión tenía dada orden de que si alguna sirvienta se mostraba a su vista, quedaba automáticamente despedida. La vieja ama de llaves se tenía que comunicar con él por medio de notas escritas”.

Y bueno, para cerrar con broche de oro su singular vida, “el mayordomo, único sirviente que tenía acceso a él, sólo recibió una orden de más de una frase: que nadie lo molestara en los tres días siguientes porque se iba a retirar a su dormitorio a morir; cuando el mayordomo lo comprobara al tercer día, debería avisar a su hermano del deceso”.

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