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miércoles, 26 de junio de 2013

Pemex y los demonios



El ex presidente de México, Gral. Lázaro Cárdenas. Foto: Red


Mal comenzó el andar de la reforma energética en puerta. En secuela a las declaraciones hechas por EPN en su reciente visita a Londres sobre el futuro de Pemex, el prestigiado medio estadounidense The New York Times publicó las declaraciones de tres altos funcionarios del gobierno mexicano, en las cuales éstos expresan la plena disposición para impulsar la apertura de Pemex a las inversiones extranjeras con las mejores condiciones de certidumbre para los inversionistas, que lo mismo podrían lograrse través de reformas a las leyes secundarias que de modificaciones constitucionales.

El mal inicio no se refiere en exclusiva a la invocación de la privatización de la industria petrolera, lo que en la tradición nacionalista no es poco decir, sino que también alude a los hechos de que la controversial declaración tuvo lugar fuera del país; de que las declaraciones más abundantes corrieran a cargo de tres altos funcionarios, y no del propio EPN, y que éstas se vertieran a un medio extranjero; y, lo que parece ser peor, que se hayan manejado dos versiones de las declaraciones de los tres altos funcionarios: una corta, para para consumo nacional, más o menos ajustada a las declaraciones de EPN en el sentido de que no se tiene pensado abandonar la propiedad ni la rectoría del Estado; y una versión extensa, muy al gusto de lo que a los potenciales inversionistas extranjeros les gustaría escuchar.

En fin, si algunos ingredientes adicionales hacían falta para despertar el “sospechosismo”, añadir más complejidad a tan espinoso asunto y despertar los demonios contestatarios y nacionalistas, eran la torpeza y la falta de sensibilidad de la elite gubernamental en la elección del momento, el lugar y las circunstancias de apertura del debate público sobre Pemex, de tal suerte que la cuesta arriba ahora se antoja fenomenal. Si alguna duda hay al respecto, pues ahí están las reacciones de Marcelo Ebrard, que tiró una carambola de dos bandas, para retar a EPN a un debate público sobre sus pretensiones privatizadoras; y, a la vez, para marcar su sana distancia con la conducta dócil de Jesús Zambrano, del líder del PRD; y la respuesta del propio líder perredista, que en un tono inusualmente virulento se ofreció a tomar el lugar de EPN, para debatir con Marcelo Ebrard.

El as bajo de la manga de EPN y su equipo de trabajo para salir al paso de la crítica quedó nuevamente a la vista: El Pacto por México. Ciertamente, en la agenda de temas por discutir se encuentra la discusión sobre la apertura a la inversión extranjera, así que ninguna de las dirigencias partidarias puede llamarse a la sorpresa por las declaraciones en comento. Y ni qué decir de la reacción del ex-dirigente nacional panista, Germán Martínez, quien bajo la presunción simplista e ingenua de que el mercado es sinónimo de libertad y progreso, externó la postura favorable del PAN a la privatización de PEMEX, así con todas sus letras.

En fin, el mal inicio en una reforma que puede ser histórica para el destino del país desató ya los demonios del nacionalismo y la desconfianza. Si el cálculo político de la élite gubernamental era que el acuerdo cupular del Pacto sería suficiente para inducir el consenso de la sociedad activa y la legitimidad política, quizás estén a tiempo de recalcular los efectos. No son pocos los indicios en las redes sociales sobre el hartazgo creciente que a los jóvenes cibernautas mexicanos les provoca la corrupción y la impunidad de los políticos y sus políticas, así que no es desdeñable un posible contagio por las demostraciones de las movilizaciones de protesta en Brasil en contra de la corrupción, la impunidad y la ineficiencia gubernamental.

Por desgracia para EPN y las cúpulas pactistas del PAN y el PRD que le acompañan, cada vez se antoja menos recomendable la estrategia de dejar las cosas como están en el sector energético. El desarrollo nacional reclama el suministro de energía a los establecimientos productivos a precios competitivos internacionalmente, lo que escapa a las posibilidades de Pemex en su condición actual. Cambiar o no cambiar a Pemex, pues, es un falso dilema. Lo que hay que debatir es el rumbo, la intensidad y la estrategia del cambio que más conviene al interés público nacional. El problema es que la desastrosa decisión de privilegiar en la apertura del debate a los inversionistas globales, con el fin explícito de darles certidumbre, ha provocado mayor incertidumbre en la sociedad mexicana sobre la vocación del gobierno y la cúpula pactista para defender el interés público nacional y no malbaratar dolosamente el valioso recurso nacional.

En el escenario de debate que recién se abre y amenaza ser intenso, lo menos que habría de esperar es plena apertura a las propuestas y un respeto a la inteligencia y la razón públicas. En relación a esto último, particularmente es deseable que los políticos y sus estrategias propagandísticas nos ahorren las abúlicas y trasnochadas diatribas ideológicas sobre el Estado o el mercado. A estas alturas del siglo XXI, hay suficientes evidencias que prueban el potencial de éxito y de fracaso de ambas opciones y de sus respectivas combinaciones, lo que echa luz sobre la relevancia de factores decisivos, tales como la calidad y pertinencia de los diseños institucionales, la capacidad de la burocracia dirigente y la representación sindical para entender y ajustarse al cambio, la implementabilidad de las políticas, el consenso ciudadano, etc.

No son pocas las mentes brillantes que, con toda razón, presagian en toda crisis una oportunidad de mejora. Frente a tal oportunidad nos coloca la duda histórica de qué hacer con Pemex y el patrimonio nacional de los hidrocarburos. Hubiese sido deseable afrontarla en una situación menos agitada y más propicia para dejar de lado los demonios ideológicos, pero por desgracia el traspié inicial alejó tal posibilidad. Cualesquiera sea el resultado, el modo públicamente saludable de retomar el camino es con una deliberación abierta, plural y de transparencia máxima. Sería un grave error apostar a que una decisión del calado de la apertura privatizadora puede ser procesada y legitimada a través de un acuerdo cupular y de espaldas al interés público.

Si hay un tema y un personaje históricos vigentes en la sensibilidad política y el imaginario popular, son el petróleo y Lázaro Cárdenas. Más allá de los demonios fundamentalistas, es probable que haya fuertes corrientes de opinión proclives a aceptar dejar de lado su sensibilidad nacionalista si existe el convencimiento de que es para un bien mayor. He ahí el campo de oportunidad para hacer política de altura. El problema estriba en que si tal condición no se cumple, y la disyuntiva es entre un mal arreglo privatizador y un mal arreglo estatista, no faltará quien prefiera lo segundo, para al menos lograr un equilibrio emocional y quedar a la espera de una mejor oportunidad para decidir colectivamente lo que convenga a nuestro legítimo interés.


Por Francisco Bedolla Cancino*
*Analista político
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